jueves, 19 de noviembre de 2009

|Del Caos a la Luna|

Mi impulso es así, decide y actúa. No hay objeción alguna que lo detenga y todo mi ser se ha acostumbrado a ello, ese día decidió ceder su tiempo a la idea de huir, de escapar de la pila de trabajos con vicios regeneradores que hacen infinitas las metas y por lo tanto las recompensas. Soy un aura más sumergida en la infinita búsqueda del éxito, o por lo menos aquel éxito –que platónicamente toma forma de galardón- establecido en mi paradigma.

Paradigma, curioso concepto para una mente tan joven que no tiene idea de la complejidad de la vida mientras se lleva el mundo por delante, pero les recuerdo que estamos hablando de una persona casada con el impulso, mas no divorciada de la razón, estamos hablando de un bígamo del conocimiento, una dualidad en la existencia.

Existencia es estar en el lugar y la hora, física y mentalmente, de la misma dimensión temporal. Y ahí estuvo ella, salió de su hogar despojada de toda pertenencia y emprendió una aventura personal sin aviso previo. Al comienzo, el ímpetu y la algarabía de la idea reinaba en sus acciones, pero aquel tropiezo en el onceavo escalón que secundaba a su puerta, sirvió de advertencia para implementar cierto aire de tranquilidad, de repente sufrió una metamorfosis -no tan drástica como la de Kafka, pero sí con el mismo impacto emocional- y se transformó en un ser que conoció 18 años antes, una figura que apenas recordaba, era una mente en blanco como un lienzo virgen dispuesto a pintarse con calma y a regalarle al tiempo la duda de ser o no ser una obra de arte, que posea cierta trascendencia, que sempiternamente prevaleciera.

Prevaleció esta serenidad durante horas de larga caminata, ella era la antítesis del ciudadano promedio –por lo menos aquel día- y danzaba inocentemente por las aceras de la metrópolis. Se dio cuenta de su morbosa pasión por ese ente compuesto de humo y asfalto, que emana polución en niveles descontrolados y ensordece por medio de bocinas desesperadas por el sistema deficiente del control de tránsito. Pero ella lo ama porque es la placenta de toda su vida, de aquellas personas que adora, de aquellas que no soporta, en fin es su territorio, lo que se supone que conoce, pero cada pisada la hacía percatarse de lo ajena que se encontraba de su realidad, y vio como flotaban ideas que se encontraban en su cabeza pero –como aquellos abusadores que le quitaban la merienda cuando estaba en 1ro.- fueron desplazadas por un hambre social que superaba la sed de un joven en Eritrea. Pero supongo que la misma metrópolis creó esa ilusión y ese deseo de querer más de lo obtenible, y con esto no me refiero a los sueños, sino al desenfreno de las prioridades.

Prioridades murieron ese día y otras renacieron como aquellas míticas historias de un fénix; fervientes, ardientes y bellas ideas, que fueron convirtiendo de la tarde, una antesala a la verdadera experiencia, la noche. Mientras el sol se ocultaba se descargaban las baterías de sus pies, y fue allí cuando decidió tomar asiento en un muro del malecón donde disfrutaba de la sensación de que se iba a la deriva, miró a un lado y se arrepintió de haberlo hecho, pues interrumpió a unos amantes posados en un carro “comiendo gallina” –como dicen los viejos-, miró hacia el otro y solo sentía lastima por aquel drogadicto que su alma al diablo vendía, ¿Dónde están las autoridades en estos rincones? ¿Por qué solo aparecen cuando estoy de camino a la universidad para decirme que mi placa esta vencida hace dos días? Esas y otras interrogantes opacaban su calma, pero solo por un segundo, pues al observar a aquella pálida calva fenotípicamente perfecta, su aliento se detuvo y por primera vez en el día sintió atracción por alguien. Dejó de pensar en todo para presentarse a ella, era intimidante pero a la vez daba esa sensación de ser una seductora divertida, fácil de tratar. Conversó toda la noche con ella, se olvidó del impulso, mucho más de la razón -o quizás fue víctima del efecto de la fusión de ambos- y a las once en punto hizo el amor con la luna, llego a tal punto de intimidad mental que sucumbió a sus encantos y sobornó a sus conocimientos. Se dio cuenta de que era el astro más bello y más sabio, pues hacía la noche suya y seducía a hombres y lobos –quizás por su semejanza o quizás por su discrepancia-. Pero esta vez no había dudas de que ningún instinto canino formó parte del acto, fue tan humano, tan natural que no había vergüenza alguna, habían testigos, pero solo eran ella y la luna, así como en la tarde solo eran ella y la ciudad.
NmRizik